F. Javier González González
Veterinario STC Avicultura Nanta
Memoria flaca y virus resistentes: ¿Hemos olvidado lo aprendido?
Valladolid, 5 dic. 2025. Este fin de semana pasado fui con mi familia a ver el ambiente navideño al centro de la ciudad donde vivo. Y para volver, cogimos un autobús urbano a eso de las 9 de la noche (hora punta). Cuando, a duras penas, pudimos subir al autobús entre el gentío presente, haciendo buena la comparación «como lata de sardinas», no viendo ni una mascarilla puesta – hasta donde me alcanzaba la vista, claro – y recordando que en el Telediario del mediodía daban noticia de la prematura expansión de un nuevo tipo de gripe muy contagiosa entre personas, lo primero que se me vino a la cabeza fue la expresión que hizo famosa el mago Gandalf en una de las películas del Señor de los Anillos: «¡Insensatos!»
Y yo el primer insensato, que, por supuesto, sabiendo lo que sé, tampoco llevaba mascarilla. Todas las manos tocando los mismos botones, agarrando las mismas barras, …, con los virus y bacterias encantados en esta fiesta con barra libre. Parecía la primera escena de una película de catástrofes.
«El riesgo sanitario sí que es directamente proporcional al tamaño de la granja.»
Y hace sólo unos días, asistía a una (fantástica, déjenme decirlo) Jornada sobre Gripe Aviar en Madrid, con presencia de más de 90 personas (todos técnicos o propietarios de granjas avícolas), de toda España, juntas en una sala (bastante mejor que en el autobús, faltaría más), pero con más roces: besos, abrazos y apretones de manos (como debe ser), y también con cero presencias de mascarillas. Justo ese día decidí escribir estas líneas para reflexionar sobre por qué, sabiendo lo que sabemos, y después de haber pasado el COVID hace apenas 3 años – memoria flaca, pardiez -, tenemos que volver a hablar una vez más de Bioseguridad.
Y la primera reflexión debería ser esa: ¿fallan las medidas o es que no se aplican o se aplican mal?
Permítanme que personalice en mí para destacar la importancia que siempre ha tenido este tema en mi trabajo profesional. La primera charla que di sobre Bioseguridad fue en el año 1994 en el marco de la Feria agropecuaria de Salamanca: «Medidas de Bioseguridad aplicadas a granjas cunícolas». Ya ha llovido desde entonces y seguimos con la misma prédica – con toda la fe, por mi parte – Creo en la Bioseguridad y me parece la mejor y más inteligente manera de combatir procesos infecto-contagiosos.
Entonces, si la esencia del concepto de Bioseguridad es válida y todo el mundo está de acuerdo en «comprar» esta idea ¿en qué estamos fallando?
«En más de una visita a núcleos de muchos miles de gallinas, la sensación al visitar las naves ha sido estar participando en una romería.»
Esta pregunta me lleva a otra reflexión personal que he compartido con muchos ganaderos a lo largo de mi carrera profesional: ¿Quién es mejor veterinario?:
- ¿El que visita una granja con un problema sanitario, receta un producto y consigue que los animales se curen?
- ¿O el que visita la misma granja y le cuenta al granjero que tiene que tener pediluvios, que tiene que habilitar una zona para cambiarse de ropa, que tiene que potabilizar el agua, que tiene que lavar, que tiene que desinfectar, que tiene que registrar lo que hace, que tiene, que tiene, …?
Por supuesto, los modelos son compatibles, pero no tengo dudas a cuál de los dos invitaría a comer primero el granjero.
Medidas de Bioseguridad hay muchas…infinitas…pero tengo claro que no es directamente proporcional el número de medidas con la eficacia de la Bioseguridad en su conjunto. Más bien diría que, al contrario. A pesar de que en encuestas y auditorías está claro que se «bonifica» la cantidad muy por encima de la calidad, lo cierto es que, de manera práctica, cuantas menos medidas se tengan que aplicar, más probable será que se haga bien.
Lo más importante es dejar claro que el objetivo es no dejar entrar en nuestra granja a posibles patógenos, y que si entran no se propaguen entre nuestros animales, sabiendo que estos son muy variados, muy pequeños y que, como nosotros, son supervivientes a mil avatares del pasado y, por tanto, resistentes, resilentes y adaptables.

Por tanto, cuantas más barreras pongamos a esta posible entrada, mucho mejor. Pájaros y otros animales domésticos y silvestres, personas, material, vehículos, etc. Pero tienen que ser barreras reales. No valen telas pajareras rotas, tener gatos como medio de controlar roedores, puertas siempre abiertas, pediluvios y rotaluvios mal mantenidos, … A este respecto me gustaría destacar una cosa basada – cómo no – en mi experiencia. Cuanto mayor es el tamaño de la granja (y me refiero a la unidad productiva), más difícil es el control de entradas.
«Cuantas menos medidas se tengan que aplicar, más probable será que se haga bien.»
En más de una visita a núcleos de muchos miles de gallinas, la sensación al visitar las naves ha sido estar participando en una romería: técnicos y vehículos de mantenimiento aparcando al lado de las naves, naves de 100.000 gallinas con puertas abiertas (cuando las hay), comunicadas por un pasillo lateral y con gente paseando arriba y abajo y entrando en las naves sin ni siquiera cambiar el calzado o pisar los pediluvios (cuando los hay), personal coincidiendo y socializando en la sala de café o en el comedor, camiones de pienso, de cartones, visitas comerciales, personal de la empresa de instalaciones haciendo reparaciones, etc, etc. Es verdad que es mucho más fácil el control en granjas pequeñas, pero, coincidirán conmigo, que el riesgo sanitario sí que es directamente proporcional al tamaño de la granja. En cualquier caso, pocas medidas, sencillas de aplicar, y bien mantenidas.
Otro ejemplo que ya me provoca cierto hartazgo es que, no pocas veces, hemos visto que no hay definida una zona de cambio de ropa y/o de calzado. Sigue sin estar clara la diferencia entre «zona limpia» (dentro de la granja), y «zona sucia» (fuera de la granja). Hay que habilitar una zona de transición para hacer este cambio. Ni es el almacén de la granja, ni el pasillo, ni la oficina, ni el camino que rodea la nave. Parece fácil, pero…

Fácil no debe ser porque si fuera así no estaría escribiendo estas líneas. El secreto me lo contó hace ya unos cuantos años mi compañero y amigo – ya felizmente jubilado – Ricardo Serrano: la Bioseguridad es una cuestión de cultura, casi podría decirse que religiosa.
Para que funcione todos los implicados (empezando por los propietarios), tienen que creerse que lo que hacen sirve para algo y no hacerlo por imposición. Casi nada: ¡una cuestión de cultura!
¿Y cómo se consigue desarrollar esta cultura? Esto no es sencillo – ya lo siento – pero toca predicar con la palabra y con el ejemplo, repetir mucho las cosas (el qué y el porqué), paciencia y colaboración de expertos – que los hay -. Y todo esto en los idiomas que sean necesarios según las circunstancias de cada granja. Ya digo que no es sencillo.
«Cada granja debe elaborar su propio plan de Bioseguridad; aquí no valen los copia-pega.»
Y por esto cada granja, con sus particularidades de todo tipo (constructivas, instalaciones, tipo de producción, personal, etc, etc), debe elaborar su propio plan de Bioseguridad (aquí no valen los copia-pega), analizando sus puntos críticos y poniendo las soluciones que toquen. Yo, ahora, con la sensibilidad que provocan la influenza aviar y la peste porcina, aprovecharía el momento para hacerlo y hacerlo bien. Me dirijo directamente a los veterinarios de granja y a los propietarios: esta debería ser vuestra prioridad: ponerle puertas al campo – ¿quién dijo fácil? –
No me alargo más. Resumiendo: soy un ferviente defensor de la Bioseguridad, soy «creyente», y estoy plenamente convencido de que, junto con las vacunas, va a ser la parte esencial de la lucha sanitaria en el futuro. «El secreto» es menos auditorías y encuestas y establecer medidas que sean sencillas y que tienen que formar parte de la cultura de la granja; y desarrollar esa cultura es una labor de cada día en la que todos los implicados tenemos que poner nuestro granito de arena.
F. Javier González González
Veterinario STC Nanta
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